Por Alicia Rodríguez Álvarez
Muchas mujeres han compartido reflexiones sobre el valor de nuestro género, palabras de aliento para muchas que sufren de violencia en todas las modalidades que se podrían imaginar.
Creo que todas tenemos una historia que contar cuando la violencia está en todos lados, es parte del día a día y a veces ni siquiera nos damos cuenta de ella.
Quienes me conocen saben que llevo trabajando en medios de comunicación desde antes de salir de mi carrera, trece años a la fecha. Cuando tenía a penas dos años de trayectoria, sin ninguna responsabilidad más que el trabajo, recuerdo que la primera experiencia de violencia que tuve en el ámbito laboral fue cuando decidí que tenía todo el tiempo y la energía para desempeñar el trabajo de dos personas, me propuse para ‘reportear’ en la mañana y editar por la tarde en el periódico, a mis 22 años quise full time, ¿cuál fue mi sorpresa? Recuerdo que estaba emocionada y contenta porque lo lógico es que me pagarían dos sueldos. Yo pregunté: ¿cuándo saldrá mi pago? (por supuesto que ya había hecho cuentas), pero las palabras exactas del director del periódico en el que escribía fueron “mire… no puede ganar más que su jefe, le vamos a dar una compensación” (y la compensación fue de mil pesos).
Otra experiencia de violencia fue cuando estaba embarazada, tenía a penas cinco meses, justo cuando puedes saber el sexo del bebé, el momento más emocionante, supimos que era niña y no podía estar más contenta. Luego en la sobremesa de la comida, mi esposo y yo compartíamos las experiencias de las reacciones de nuestros amigos y familiares al compartirles la noticia. Recuerdo que sentí coraje al enterarme que algunos hombres al saber que era niña le dijeron a mi esposo: “ah… pero no te preocupes, luego llega el varoncito”.
Durante mi desempeño como reportera también me pasó que un día me puse uñas, por lo regular las uso naturales, fue incómodo pero quería saber cómo se me verían. Recuerdo que fui a entrevistar a un funcionario federal, tenía mis manos en el escritorio junto a mi grabadora cuando el funcionario hizo notar mis uñas, me comentó que se me veían bien y no vi nada malo en eso, pero luego extendió sus manos y tomó una de mis manos insistiendo en que “se te ven muy bien”, yo quité mis manos de inmediato.
Podría seguir contando experiencias y nunca acabaría de escribir, como cuando en la calle por la tarde un hombre en bici me dio una nalgada, o cuando me corté el cabello y en entrevista un regidor me dijo “con ese corte te ves muy sexy”, o cuando me enteré que me despidieron de mi trabajo “porque no puedo cubrir por las tardes” (soy madre de familia). Recapacito en que todo tiene que ver con el hecho de ser mujer, y si este tipo de experiencias se han hecho comunes, no es normal, de manera que comprendo porque el llamado al paro nacional “Un día sin mujeres” ha tenido tanto eco, todas tenemos algo que contar, tristemente esa es la realidad.
En Durango recuerdo un caso que me sacudió cuando estaba en la prepa porque una de mis compañeras de clase era amiga de la mujer asesinada que vimos en las noticias. Lorena L. de 19 años de edad, el 9 de marzo del 2002 salió de una fiesta, pidió taxi y fue violada y asesinada esa noche por el chófer de la unidad que abordó y otro chófer.
En México el hecho de que Fátima, una niña de siete años, haya sido asesinada, “indigna”, pero no hay que perder de vista que la violencia que hoy experimentamos las mujeres está en todos lados, por eso el descontento generalizado.
Sé que muchos han ofrecido protección y posada a la mujer cuando esté en una situación de peligro, hay que hacerlo, pero también hay que hacer más, “no participar en actos de violencia hacia la mujer” porque una prenda morada el 9 de marzo o un exento para que las mujeres no trabajemos ese día, no va a hacer la diferencia, sin duda será un grito para que se haga “justicia”, pero al otro día todo seguirá igual si no participamos diariamente con algo más, un paro nacional “no es suficiente”.