Muchos, quienes le vienen aplaudiendo los niveles de aprobación a Andrés Manuel desde el 01 de diciembre de 2018, se jactaban de que, lo que más les ‘ardía’ a los opositores (adversarios, fifís, prianistas, aspiracionistas o como se les ocurra cualquier día señalarles), era que, este presidente tenía el control de todo el gobierno y que, gracias a ello, nadie podía servirse del pueblo como en los gobiernos neoliberales pero, ¿en realidad el poder presidencial, per sé, le otorga el control sobre todo el gobierno y sus actores?Pongamos como ejemplo el altercado público que se vive entre el exconsejero jurídico, Julio Scherer y la pareja conformada por el fiscal general, Alejandro Gertz Manero y la presidenta de la mesa directiva del Senado y exsecretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, que ha protagonizado un escándalo más en los tiempos de la Cuarta Transformación.
Más allá del pleito entre estos personajes por el poder y la influencia dentro del gobierno, el desafortunado desencuentro destapó la riqueza que posee el fiscal, una que no convive con la narrativa lopezobradorista del desapego a lo material. Además, dejó expuesta la participación de Scherer para influir en la designación de difíciles procesos judiciales a ciertos despachos que, casualmente, representaban ingresos millonarios a sus amigos y socios. Si la máxima de que no hay cosa que pase en México sin que el presidente esté enterado, es cierta, López Obrador consentía esta corrupción, o el señor no se imaginó lo que era ser presidente tras perseguirlo por tantos años.
En otro ejemplo de falta de control, o consentimiento presidencial, tenemos los resultados de la Auditoría Superior de la Federación en los manejos de los recursos en el Gobierno Federal. Un botón para muestra: el programa «La Escuela es Nuestra», donde no existió evidencia de que cerca de 580 millones de pesos hayan sido gastados para mejorar la infraestructura de los planteles, lo que se supone, es el objetivo del programa. Casualmente, hablamos de dinero que llegó a la dependencia de la que es titular la corrupta Delfina Gómez, quien ya fue sentenciada por actos de corrupción (aunque lo manejaron solo en el plano electoral) como alcaldesa de Texcoco.
Si a esta falta de control, se le asemeja algo al multimillonario presupuesto que maneja y reparte la Secretaría del Bienestar, cuyos procesos y elementos de control con muy arcaicos, no quisiera imaginarme cómo estarán los resultados una vez que la fiscalización a los recursos federales concluya, pues estamos hablando de muchas manos, de esas que, normalmente, siempre llevan agua a su molino.
Por eso, en mi opinión, transformar un país debe ir más allá de una simple retórica en la que se condona la corrupción por decreto; más allá de hacer y entregar obras con simpleza de visión, que no cumplen con las necesidades reales; más allá de solo dejar que pasen las cosas mientras se invierten dos o tres horas diarias a comunicar sin gobernar, porque en México elegimos un presidente y no un demagogo líder de colonia.