Se ha hablado mucho sobre las elecciones internas de Morena del fin de semana pasado. Al margen de todas las irregularidades denunciadas y el objetivo de los comicios, el ejercicio dio pie —otra vez— a tratar de entender qué es Morena. Ciertamente, no es un partido tradicional. Pienso que es más una “comunidad emocional” (la expresión es de Weber) que una institución política. Me explico.
Max Weber sostenía que hay tres tipos de poder legítimos: autoridad tradicional, autoridad racional-legal y autoridad carismática. Ésta última se finca en los atributos propios de un líder que lo hacen extraordinario y ejemplar ante sus seguidores. El carisma no es aquí, como muchos piensan, “el caer bien”, sino reunir una serie de cualidades personalísimas que construyen un vínculo especial entre un líder y sus seguidores, a la manera del que hay entre los fieles y su iglesia. Ellos le confieren autoridad precisamente por esa relación que se crea entre ellos.
Esta relación, ese vínculo, no deriva de una serie de reglas o de cálculos racionales de los seguidores hacia las acciones del líder, nada tiene que ver con el pensamiento reflexivo ni crítico, sino que es emocional. Así, quien ejerce este tipo de autoridad aglutina a sus adeptos a través de una serie de acciones encaminadas más a la entraña y a los símbolos que a la razón y la realidad. Quien logra esto crea una verdadera comunidad cuya pasta es la emoción, una “comunidad emocional”.
Lo relevante de este tipo de comunidad son dos características (Eugenio Tironi): tiene su propia organización jerárquica y ante ella comparecen personas con multitud de identidades e intereses, a menudo en conflicto. De esta manera se confecciona una voluntad colectiva que conglomera los agravios más disímiles. Hoy la voz de esa voluntad colectiva, de ese pueblo agraviado, es AMLO.
AMLO logró crear una estructura de poder que no depende de reglas y normas, sino de su propio carisma. Así nació Morena, como una entidad afectiva hacia los atributos de un líder. No nació como un proyecto ideológico ni una verdadera institución política. Bastó el liderazgo de AMLO y dos o tres ideas “destinadas a mostrar más que a demostrar, a despertar pasión más que a instruir, a sugestionar más que a concientizar” para que la chispa lopezobradorista incendiara la pradera partidista del país.
De aquellos polvos, estos lodos. Por eso pasó lo que vimos el fin de semana pasado. La dificultad de Morena para institucionalizarse, para regirse conforme a mandatos claros, no es producto de la casualidad, sino que está en su ADN.
A quien más conviene lo anterior es al propio Presidente. Él sabe que entre más debilitado y menos institucionalizado esté Morena, más poderoso es él. Lainstitucionalización es, por definición, límite a su poder, a su carisma. Y su vocación es totalmente la contraria: concentrar más y más poder en su persona a toda costa.