El pasado jueves, el gobernador del Estado, José Rosas Aispuro Torres, rindió su sexto informe de gobierno, un día al que muchos le llaman “el día del Gobernador”. Ante el pleno del Congreso del Estado, mientras todos esperan su arribo, como escena faraónica, unos se preparan para rendir pleitesía mientras, otros, pretenden ser una oposición que no transmiten en sus intervenciones; cuestionamientos tibios, justificaciones de respaldo; una oda a la simulación de un gobierno que informa lo que quiere, desde el inalcanzable púlpito que los mantuvo lejanos a la realidad de una entidad que, cada día, se hunde más en la incertidumbre financiera.
El titular del Ejecutivo estatal, aseguró, desde la tribuna, que se siente satisfecho de haber puesto todo su esfuerzo en el desempeño de su función; menos mal, porque mucho descaro habría sido reconocer que pudo haber dado más de sí, en uno de los encargos más importantes para cualquier duranguense. Su insatisfacción, las limitantes financieras para atender más necesidades de la gente, pues Durango está sumido en un problema estructural añejo en el que, las circunstancias, así nos llevaron. Al parecer, sus ganas y esfuerzo, no fueron suficiente para una adecuada conducción, pues si bien es cierto que nuestra entidad ha sufrido durante años la dependencia económica de la Federación, también es cierto que, en sexenios anteriores, la capacidad de gestión, la firmeza y determinación de los mandatarios, permitió salir, de alguna forma, avante. Sin duda, el Estado salía adelante, muchas veces, aumentando deuda, otras, logrando “bajar” recursos extraordinarios; el caso es que, ahora, ni endeudando más al estado, se puede presumir cierta estabilidad económica que permita, al menos, que la próxima administración arranque con algo en la bolsa.
Cifras se daban mientras transcurría el informe, cifras que no resolvían la ausencia de recursos que debieron ser entregados a los ayuntamientos, que no explicaban el desvío de recursos etiquetados para ciertos fines y que, por una simplista justificación de los recortes presupuestales, no fueron dispersados; omisión de pago de retenciones hechas a las nóminas de salarios devengados, deuda a proveedores, omisiones en la repartición de recursos a organismos descentralizados y autónomos; en fin, algo jamás antes visto. Sin embargo, resulta curioso que el gobernador, en el ocaso de su mandato, diga que hoy ve un avance respecto a cómo recibió la administración hace seis años, quizá se refiere al evidente avance en el calendario, puesto que nunca se había tenido una situación financiera en la que, en tantos frentes, se señalara falta de cumplimiento en los compromisos adquiridos por el gobierno, lo que, indudablemente, habla de una total indisciplina financiera, que fue intentada ocultar y que, como avalancha, se fue acumulando hasta que terminó por enterrar el valor de la palabra y la credibilidad del Gobierno del Estado, para realizar los pagos correspondientes.
Escándalos afuera de la puerta del Congreso, funcionarios de paseo, otros con remuneraciones inexplicables, maestros exigiendo el pago; todo eso mientras, adentro, custodiado por elementos policíacos, “el día del Gobernador” transcurría sin tropiezos, quizá algunos por un evidente nerviosismo en la lectura, pero nada qué lamentar, pues la entrada y salida, había sido triunfal, como se había previsto. Inalcanzable, se ufana de haber cumplido con un ejercicio de total transparencia, con datos duros pero invisibles, al menos lejos de poder ser procesados por quien solo escucha la lectura de millones por aquí, millones por allá. En fin, un día para el olvido en contenido y parafernalia, un monumento a la obsolescencia.