Hoy terminan algunas de las precampañas en el país. Mi equipo y yo llevamos a cabo una de ellas. Lo que más me llama la atención es que la palabra que más escuché en los distintos recorridos y reuniones fue “cambio”. Es imposible no relacionar esa palabra con el “gobierno del cambio” de Fox. Ahí el sentido era claro: se trataba del cambio de un sistema de partido único a uno democrático, fue, tan sólo en ese sentido, una transformación no menor.
A 22 años de distancia, la palabra sigue resonando fuerte entre la ciudadanía. Pero su sentido ahora no es tan claro. Al escucharla, no dejaba de preguntarme qué es lo que querrían decir. Algunas veces sonaba a un cambio de rostros, de gobernantes. Otras a un cambio de partidos en el poder. Unas más a un cambio en la forma de hacer las cosas, de abordar los problemas.
Innerarity hace una reflexión sobre esto. Hay una paradoja en el mundo: cambiar es difícil (sea de forma individual o colectiva), pero a su vez, todo cambia todo el tiempo, lo queramos o no. En política, las elecciones son los tiempos de cambio por antonomasia, al grado de que éste se ha tornado en un “eslogan banal”. Generalmente (hay excepciones, por supuesto) detrás de ese eslogan no se identifican un cúmulo de voluntades con una vocación realmente transformadora, sino una intención más modesta y francamente pobre: quitar a unos para que lleguen otros al poder.
Los que ofrecemos cambio debemos atarlo al futuro partiendo del mundo que nos toca vivir. No hay cambio posible sin definir esa transformación. ¿Qué es, pues, lo que la ciudadanía quiere cambiar?
Quiere cambiar actitudes, estilos de gobernar. Como me dijo alguien, “quiero que ustedes estén realmente de nuestro lado”. Esto lo pregonaba AMLO y lo sigue haciendo todos los días de manera muy eficaz. En su discurso — sólo ahí— es un ciudadano más, “el ciudadano presidente”. Si tan sólo no detonara los resortes de las emociones más negativas que tenemos, sería un cambio tremendo. Si en vez de polarizar, uniera; si en vez de apelar a la frustración y al enojo, llamara a la concordia y a la solidaridad, otro gallo nos cantaría. Lo que debemos hacer es vivir este ideal todos los días. Se puede. En México, por diversas razones construimos una clase política endogámica, cerrada, postrada en una atalaya de privilegios. Pero si volteamos a otras latitudes, esto no es así. En Chile uno se topa con expresidentes de la República comiendo sándwiches; en Reino Unido uno se podía encontrar a Boris Johnson tomando una cerveza en un pub. La famosa conexión con el electorado es esa: hacerle saber que su historia también puede ser la tuya y viceversa.
También, la gente quiere un cambio de agenda política. AMLO hizo esto también. Su agenda de “primero los pobres” y “cero corrupción” era potente porque daba en el clavo del hartazgo, sin embargo, ha sido más quimérica que real. Sabemos que hay más pobreza, sabemos que sigue la corrupción. Con la excepción de los programas sociales de transferencias directas cuyo impacto no es menor, la agenda política no ha cambiado. Los problemas siguen siendo los mismos: carencia de los bienes más básicos, un repliegue del Estado en la esfera de lo público, una población abandonada a su suerte.
Aquí está la oportunidad del cambio. Ante los problemas de siempre, la respuesta es el Estado, éste debe ser un facilitador de la vida en general. Retomando la paradoja de Innerarity, el
cambio es inevitable, pero cambiar algo no es fácil. Por eso, debemos irnos a los cambios más elementales y que pueden tener el mayor impacto. La agenda política de hoy debe regresar a lo más básico. Hay que leer la Constitución y empezar a hacer lo que a cada nivel de gobierno le corresponde. Debemos construir desde la base. Los tiempos de hoy exigen cercanía, innovación, respuestas concretas y resoluciones rápidas. Vuelvo a lo mismo. No hay que inventar el agua tibia: basta con aprender de experiencias en otras latitudes. Debemos apostarle más a mejorar los sistemas, receptáculos de la inteligencia colectiva, que a esperar que quienes lleguen a gobernarnos sean unos seres llenos de virtudes. La democracia debe estar preparada para al arribo del peor ser humano al poder y, aun así, resistir.
Por último, el contexto, la circunstancia histórica —la Fortuna, diría Maquiavelo— importa mucho. La buena política es la que configura sus propias condiciones de posibilidad de éxito. No se espera a que la historia le sonría, sino que se anticipa y le saca esa sonrisa. Actualmente, el sello de los tiempos es la incertidumbre. Tenemos que prepararnos para problemas que aún no conocemos. La única manera de hacerlo es buscando comprender al mundo mientras cambia. Pausemos un poco e interpretemos bien primero, porque hacer esto es ya un cambio en sí mismo. Tenemos que partir de interpretaciones adecuadas a la realidad para cambiar todo eso que ya no tiene cabida en el futuro.
Gabriel Boric, el recién electo presidente de Chile declaró algo por el estilo en una entrevista reciente. A la pregunta “¿Cuál es el momento de hoy?”, respondió “es un momento en el que el mundo cambia vertiginosamente, Chile también tiene que cambiar y adaptarse, representamos la fuerza de cambio de una época”. A eso debemos aspirar todos los que estamos en política, a ser “la fuerza de cambio de una época”, porque México también tiene que cambiar. Es momento de abrazar el cambio para proyectar el futuro que queremos.