Durango siempre se ha enorgullecido de su centro histórico, sus limpias calles, su calida gente, los negocios con tradición, en fin; el centro de Durango es un símbolo de convivencia y orgullo para todos nosotros, ahí confluyen los habitantes de todos los rincones de la ciudad, también se concentran la cultura y los poderes políticos, los edificios coloniales más simbólicos y por si fuera poco, ahí están los recuerdos de toda una vida de muchísimas generaciones.
El día de ayer salí con mi familia a pasear aprovechando la tarde y convivir, nada mejor que transmitir algunos gustos tradicionales, comenzamos por la calle 5 de febrero, el tráfico nos obligó a buscar un estacionamiento, el callejón de las mariposas con sus recuerdos de pleitos y enmarcado por el frontispicio de la UJED y el templo de San Juanita donde fui bautizado, me recibió un estacionamiento lleno y no pude entrar, pero me llamó la atención la enorme cantidad de basura en el callejon, sucio y olvidado; al virar por calle Juárez entre los carros, la gente cruzando como solo sucede en Durango, al frente dos agentes de tránsito, una mujer y un hombre dirigían el cruce, entre pláticas y sonrisas de ambos aquello avanzaba poco a poco. La eterna plaza de armas estaba medio iluminada, recuerda muchos mejores momentos que los que hoy vive, rodeada de puestos que ya no solo son de elotes, los globeros se han tecnificado y ahora hasta venden artículos que usan pilas, en está ocasión no revoloteaba el algodón de azúcar en la esquina de Constitución, el frente de la catedral también pareciera pedir atención, afecto y respeto, hasta ahí están vendedores y también la iluminación incompleta, eso sí, de frente Pancho Villa y su caballo te ofrecen la fotografía del recuerdo. Llegamos a un estacionamiento por calle Bruno Martínez, cerramos a las 10 nos dijo el encargado, teníamos tiempo suficiente, no era de apurarse; caminamos con cuidado entre bolsas de basura y un cantinero saludador del Belmont, en paz descanse “el camote” pensé mientras dije adiós, los farolitos y sus aromas me transportan a las juventudes y a los picosos señores tacos de deshebrada o de chicharrón; allá veo la Nápoles y el hotel Roma, la banqueta levantada en ambos lados de la calle del tramo de 20 a 5 nos obliga esquivar entre arena y tierra varios obstáculos, vehículos oficiales estacionados afuera del teatro Victoria y del ahora museo Pancho Villa que sigue y seguirá en remodelación, restauración o como dijeran los chismosos que nunca faltan, siguen los políticos buscándole el tesoro; al llegar a la plaza cuarto centenario nos recibió el mega altar de Funerales Hernández, es de reconocer a esta empresa duranguense su cariño por su tierra y las tradiciones; bien logrado y gratuito llama a varios visitantes, las fotos con las calaveras gigantes afuera, lo simpático y detallado de las de adentro de la carpa, de verdad que el Gobierno bien debe valorar este esfuerzo, sorprende que mejor una empresa, les coma el mandado a las áreas que se supondría algo atractivo y creativo pensarían. La hora y el antojo nos invitan a cenar y ya que estamos de recuerdos, me saltó a la memoria aquella ocasión cuando mi abuela me invitó de niño solo ella y yo, al Zocabón, recuerdo pedí molletes y que me sorprendió que los sirvieron con tomate crudo encima, 2 rebanadas redondas sobre cada uno, salsa tibia de chile que no picaba pero sí sabía y una malteada de vainilla; tanto los platiqué, que mis hijas quisieron lo mismo, atrás quedaron los recuerdos, los sabores, los tomates y el cálido servicio, pero el cariño por mi abuela vivirá por siempre. En el camino rumbo al restaurante quise mostrarles los aparadores subterráneos que en la plaza fundadores tienen bajo los arcos, esos que se hicieron junto con el rallador de queso para el festejo del 450, pero mayor sorpresa me topé cuando al acercarnos, ya no solo se encuentran apagados, sino que además, están llenos de basura y olvidados. Después de cenar caminamos de regreso al estacionamiento, ahora sobre calle Constitución, la infraestructura deteriorada, las macetas se convirtieron en basureros y los puestos entorpecen el andar, yo recuerdo unas cadenas que colgaban de los postes para evitar el acceso de vehículos, pero quizá las mandaron reparar y por eso no están. En la esquina de la catedral, alguna dependencia de gobierno estaba poniendo decoraciones con motivos del día de muertos, algo grande que también incluía catrinas, falta menos de una semana del festejo, pero quizá más vale tarde que nunca; un cantante con su guitarra amenizaba el paseo, mientras se confundían sus notas con el rosario en el atrio de la Catedral y un personaje que con finta de extranjero tomaba fotos fascinado, mientras descifraba lo que ya parecen jeroglíficos sobre la placa que habla de La leyenda de Beatriz; de nuevo las bolsas de basura afuera de cada negocio no solo incomodan el paso, sino que brindan un pésimo aspecto; llegamos a nuestro destino mientras por la calle pasaba el vehículo con aspecto de tren que da paseos turísticos y pudimos captar que el guía algo comentaba de Ricardo Castro y su capricho.
No pude evitar preguntarle a mis hijas qué les había gustado más, el mega altar por supuesto fue la opción más popular. Ojalá y sigan estás tradiciones y que prevalezca el interés de los duranguenses por apoyarlas, hago un respetuoso llamado a las autoridades de turismo y servicios públicos, quienes como buenos duranguenses estoy seguro también deben enorgullecerse de nuestro centro histórico y que más allá de ofrecer una casa del terror en el que fuera el túnel de minería, seguramente podrían optar por opciones de mayor atractivo cultural y tradicional.