“Aquí la mano de Dios esta re-lejos
‘Será por ser tan ateos’ dice un vato
Se fue John Wayne y ya el pueblo es un fantasma
¿Será por eso que nadie va a Durango?”
— Jaime López, “Nadie va a Durango”
Cuando me preguntan de dónde soy, siempre les respondo: “Yo soy como el corrido de Durango, nací en Tierra Blanca, cerquita de Analco…”. Amo Durango, sus calles, su historia, sus leyendas, su comida y tradiciones. Amo su pasado de cine, su tierra, su desierto, porque los que somos del norte, amamos el desierto, los atardeceres idílicos y el carácter fuerte de las mujeres y hombres que han sido forjados bajo la precariedad de una atmosfera agreste.
Sin embargo, lo que hoy vemos no es ni la sombra de lo que ayer era esta tierra, cuando la fundó un 8 de julio de 1563 el Capitán Francisco de Ibarra, bautizándola como la Nueva Vizcaya. Parece mentira, pero en 1900, Durango era el estado más poblado y rico al norte de México… luego llegó la decadencia, el estancamiento y el olvido.
Durango se fundó en la decepción: Cuando era villa, se corrió entre los conquistadores españoles el rumor de que la región poseía una montaña de plata, así que muchos llegaron entusiasmados por la riqueza, entre ellos Ginés Vázquez del Mercado, hombre de armas quien llegó en 1553 espoleado por la codicia y ayudado por otros aventureros pagados por la Real Audiencia de la Nueva Galicia, quien al llegar hasta las faldas de la montaña que hoy lleva su nombre, se encontró con que en vez del precioso metal que anhelaba, el cerro estaba formado por enormes pedruscos de fierro.
La decepción no dejó ver a Ginés lo que sí vio Francisco de Ibarra, quien llegó después y tuvo fe en la abundancia de este mineral, que sin embargo, fue explotado hasta 1828 por la iniciativa del entonces gobernador Santiago Baca Ortiz, que buscó la manera de establecer una fundición.
La época de esplendor virreinal e industrial quedó atrás, hoy la realidad que se vive es muy diferente, lo que deriva en que se le vea con desdén y no exista un cariño hacia esta Patria Chica, lo cual se nota más en aquellos que se van a radicar fuera, o como los funcionarios y representantes del estado, quienes desdeñan ser de provincia y para compensar, prefieren buscar colaboradores extraños al estado, gente que no conoce nuestra tierra, ni nuestras instituciones, nuestras políticas, nuestras costumbres y hasta a nuestros propios coterráneos.
Hoy, Durango está inmerso en deudas, en el subdesarrollo, estancamiento y desempleo, ¡vamos!, que no hay dinero ni para terminar obras ni para pagar a burócratas, sin embargo, veamos el cambio de gobierno con la misma fe que tuvo Francisco de Ibarra y seamos durangueños en ciento por ciento, sin avergonzarnos, pues nuestro origen debe ser motivo de orgullo legítimo y timbre de la más amplia y firme de las satisfacciones.
Que estas líneas sirvan de reflexión para construir un porvenir mejor para este jirón de la patria, tierra de valientes y patriotas, forjada sobre leyendas y signada mil veces con la cruz del dolor y el sacrificio, que sólo esplende en la frente de los pueblos elegidos.