Todo político se prepara para ser, pero muy pocos se preparan para no ser y mucho menos, para dejar de estar en el poder.
Debe ser difícil la situación por la que atraviesa José Rosas Aispuro Torres, que se le está complicando el cierre de su periodo gubernamental, pues pareciera que la residencia del Bicentenario se comenzó a inundar por la falla de las tuberías, el drenaje y hasta los cimientos, pues antes de entregar la casa a su nuevo inquilino, ésta se ha comenzado a hundir.
Aispuro llegó con amplias expectativas, con muchos seguidores adictos a su proyecto de terminar con la instauración de la dictadura del ismaelato; hoy muchos de ellos y que Aispuro Torres les correspondió su apoyo en la nómina gubernamental, son sus principales detractores.
Quizá sus nuevas amistades, la élite, la crème de la crème duranguense, ya no frecuenten su casa, su oficina o sus entrenamientos de box. Su mensajero ha dejado de sonar con tanta frecuencia, pues ahora buscan quedar bien con quien lo relevará dentro de un mes. Tal vez, solamente le quede la lealtad de Fernando Guerrero, su fiel acompañante.
Y es que el sexenio se le fue como un puño de arena entre los dedos, nunca se supo cuándo empezó y de pronto ya se terminó. Muchas quejas, señalamientos y críticas puede tener Aispuro en su contra. Sin duda le sobren cuestionamientos por la manera en que tomó o no tomó decisiones; de eso ahora la historia lo juzgará, mas quién sabe si lo absolverá.
Debe ser frustrante ver cómo su gobierno se hace pedazos, que no hizo falta que dejara el poder para presenciar la aparición de actos deshonestos de sus principales colaboradores. Eso es normal cuando se desata la cacería de brujas por los sucesores en aras de legitimar el nuevo gobierno, pero éste todavía no comienza.
Falta menos de un mes para que Pepe Rosas entregue el poder a Esteban Villegas y puede resultar angustiante de cómo irá a ser recibido en el foro que se designe para tal ceremonia; quizá lo mejor sea declinar la invitación para evitar ser receptor de improperios de la multitud y perderse tranquilamente en la entronización del nuevo gobernante y esperar a que la buena suerte que lo ha acompañado desde que llegó a Durango de la mano de Maximiliano Silerio, le siga asistiendo.