Esta semana comienzo mi cuarta campaña electoral. Esta vez contenderé por una diputación local en Durango. Como es lógico, se me ha cuestionado por volver a intentarlo. No ha faltado quien me pregunte, ¿por qué lo haces? ¿Por qué vuelves al ruedo después de tres derrotas consecutivas (2018, 2021 y 2022)? ¿Qué, no te cansas?
Decidí dar el paso porque entendí varias cosas. Cuando haces bien tu trabajo, cuando dejas todo en una campaña electoral, las derrotas no son fracasos. Sí, no he triunfado electoralmente, pero he ganado muchísimo en cada intento. Cada elección deja experiencias, encuentros y lecciones que trasforman a quienes participamos en ellas. Y en cada elección he alcanzado logros fundamentales para quien quiera dedicar su vida a la política. Éste es mi caso. También lo hago porque no me resigno a tener la clase política que tenemos. Pero voy por partes.
He ganado mucho en cada elección. En primer lugar, consolidé un equipo. La política no se puede hacer en solitario y menos la electoral. Es preciso contar con todo tipo de aliados. Desde tu equipo más inmediato hasta eso que se conoce como “estructura” se consigue por medio de alianzas. Se crea con paciencia y tiempo. Mientras el equipo cercano es el soporte del candidato o candidata, la estructura es la maquinaria que lo hace triunfar. El equipo se consolida a través de los objetivos en común, la estructura es producto de la cercanía y del trabajo en el territorio. El simple hecho de contar con ambas ya es un triunfo para quien se dedica a la política. Así se forma el famoso capital político.
En segundo lugar, he conocido cada rincón del territorio que quiero representar y me he acercado a su gente. Michael Ignatieff lo ha dicho: si no pisas el territorio de la gente, no te votan; si no conoces su historia, tampoco. La política es un trabajo físico. Hay que caminar, caminar, y caminar más. Hay que estar físicamente presente. Es la única manera de que tus electores te vean y, más importante, de que tú los puedas escuchar. No sólo eso: debes empaparte de las costumbres de cada región, de su microhistoria.1 No basta con conocer los problemas, sino que hay que conocer su historia. Los problemas en abstracto no mueven ni conmueven, su historia sí. No es “el bache”, la “falta de alimento”, “la patrulla”; es la caída de la bici de Juan; es la desnutrición de María, es el miedo a andar sola de Raquel. En tiempos de redes sociales, se olvidan estas cuestiones básicas, fundamentales, que acompañan al quehacer político desde que tenemos memoria. Hoy me lanzo para representar a un distrito que he caminado muchísimas veces; que conozco bien, muy bien.
En suma, me lanzo otra vez porque he ganado eso: un equipo, un conocimiento de primera mano de los problemas y de mi gente. Y he tenido la fortuna de construirlo desde la adversidad. Movimiento Ciudadano no cuenta con las estructuras tradicionales, y precisamente eso nos da la oportunidad de construir algo, de innovar, de incluir a personajes con perspectivas diferentes. Bien aprovechada, esta oportunidad vale oro. Me consta.
Pero, como lo adelanté más arriba, hay algo más. Me lanzo también porque no me resigno a soportar a los gobernantes que tenemos. Tiene razón Cayetana Álvarez de Toledo cuando dice que “la tónica de la política es la mediocridad”. La política se ha convertido en el teatro de la indignidad, donde pululan los improvisados. Cada vez se devalúa más y con razón. Pero la verdad es que la política es demasiado importante. En una decisión política se va la vida de millones de personas (pensemos en las guerras). Esas decisiones las toman los políticos, seres de carne y hueso que de alguna manera se hicieron del poder. Por eso, no podemos dejarla en manos de los mediocres, de quienes sólo buscan en la política una forma de colmar sus egos y encauzar sus traumas. Necesitamos rescatar la decencia y la dignidad política.
A lo largo de la vida he conocido a políticos y políticas que en verdad admiro. Políticos por los cuatro costados que han hecho de su quehacer un verdadero arte. El arte de moldear el ánimo público para construir mejores sociedades, más justas, menos crueles. He tenido el privilegio de trabajar con ellos, de aprenderles a diario. Y no encuentro una mejor forma de honrar esa tradición que haciendo todo lo que esté en mis manos para contribuir a México.
Por eso, sí, voy otra vez.